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sábado, 3 de marzo de 2012

Bajo el cascarón



¡¡¡ Como pasan los años!!! Cuando cierro los ojos aún percibo sensaciones, sonidos e incluso olores de cuando era niña. No hay un momento concreto en el que pueda establecer un punto de partida en mi memoria, y tampoco esta sigue una sucesión correlativa de los acontecimientos tal y como sucedieron, sin embargo tengo  grabados a fuego recuerdos que aparentemente carecen de importancia, pero  han permanecido ahí tan nítidos que parecen haber sido vividos ayer mismo.

"  Era una mañana de primavera , tenía aproximadamente 3 años y llevaba varios días con fiebre alta.
Vivíamos en una casa en medio de un gran prado rodeada de cerezos, manzanos y numerosos arbustos florales , también había un gato. La casa era humilde y carecía de agua corriente.
Estaba acostada en la cama envuelta en el  sopor que da la fiebre alta   cuando mi madre entró para decirme que debía de dejarme sola un rato para ir a la fuente a buscar agua.
No me hacía ninguna gracia quedarme sola y protesté inutilmente. Mi madre trató de consolarme: 
- será un momento, mis pies van a correr como si mil alas de ángel las transportase, y cuando pienses que todavía estoy camino de la fuente yo ya estaré de vuelta.

Ella solía hacer ese recorrido varías veces al día, unas veces para coger el  agua y otras un poquito más lejos para ir a lavar la ropa.
La distancia entre la casa y la fuente era de unos 800 metros que discurrían por un camino de tierra rodeado de  muros de piedra , a los que los musgos y  líquenes habían tapizado de verde.
La senda  desembocaba en un bosquecillo de castaños, abedules, robles y avellanos. El bosque era atravesado por una senda  cubierta de hojas secas que crujía quejumbrosa bajo los pies.
A la salida del bosque el camino volvía a mostrarse sinuoso hasta que tras un recodo aparecía surgiendo de la montaña , de una manera casi mágica, una fuente a la que los helechos, las primaveras y la alta hierba casi ocultaba.
El tiempo iba pasando y yo visualizaba a mi madre con un caldero en cada mano y otro en la cabeza tratando de imaginar a que altura del camino se encontraría.
Aquellos minutos se hicieron eternos y me quedé dormida. Entre sueños llamaba a mi madre extendiendo los brazos, pero ella no acudía a mi llamada. El sueño fue interrumpido por unos sollozos y unos quejidos  lejanos. Intente escuchar y comprobé que los lamentos se oían cada vez más cerca.
Un llanto de niña se escuchaba claramente y entre suspiros balbuceantes podía escucharse claramente como llamaba a su mamá entre sollozos.
-Mamáaaaaaa ven.
Desperté al comprobar que quien estaba llorando era yo y no pude evitar volver a llamar, angustiada, a mi madre con la esperanza de que acudiera a mi llamada.
Aún pasó lo que a mi me pareció una eternidad , hasta que mi madre llegó. Con las manos entumecidas por el peso de los calderos y dándose pequeños toques en el cuello que se mostraba rígido por el peso soportado, entró en la habitación con una gran sonrisa.
- Ya estoy aquí ¿ ves como no he tardado tanto?.
Secó mis lágrimas con el cariño y ternura habitual reconfortándome con su presencia y transmitiéndome la sensación de seguridad que necesitaba.
Cerré los ojos tranquila mientras ella ponía un paño húmedo en mi frente. "

Este es uno de los recuerdos más antiguos que tengo, junto con el de cuando me pusieron la vacuna de la viruela,en la que consigo recordar perfectamente el vestido de pata de gallo de color a mostaza y gris que mi madre había hecho para mí.

El tiempo ha pasado, pero cuando cierro los ojos sigo siendo aquella niña  que desea que su madre la envuelva en un abrazo reparador.
Aquella niña está recubierta por un caparazón que va deteriorándose con el paso del tiempo, pero su alma sigue estremeciéndose cada primavera cuando las campanillas llenan de color los verdes prados.









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